La taberna(v.1) by Emile Zola

La taberna(v.1) by Emile Zola

autor:Emile Zola
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2011-12-18T20:28:01.537919+00:00


SEGUNDA PARTE

Capítulo VIII

El sábado siguiente, Coupeau, que no había vuelto a comer a casa, se presentó con Lantier, hacia las diez. Habían comido juntos patas de carnero, en el restaurante de Thomas, en Montmartre.

—No hay que reñir, patrona —dijo el plomero—. Nos hemos portado muy bien... Con él no hay peligro; siempre lo lleva a uno por el buen camino.

Y se puso a contar cómo se habían encontrado en la calle Rochechouart. Después de comer, Lantier había rechazado la invitación que le hizo para tomar un café en La Bola Negra, diciendo que, cuando se está casado con una mujer bonita y honrada, no se debía frecuentar semejantes tugurios. Gervasia escuchaba con sonrisa maliciosa. Desde luego no pensaba en regañarle; se sentía demasiado cohibida. Después del día de la fiesta, de sobra sabía que volvería a ver a su antiguo amante el día menos pensado; pero a semejante hora, en el momento en que se disponía a meterse en la cama, la brusca llegada de los dos hombres la había sorprendido; y con mano temblorosa, se recogía el pelo que le caía por los hombros.

—Escucha—dijo Coupeau—, puesto que ha tenido la delicadeza de rehusar mi invitación, tú vas a darnos una copita... ¡Ah!, ¡bien que nos la debes!

Las obreras se habían marchado hacía un buen rato, y tanto mamá Coupeau como Naná acababan de acostarse.

Entonces, Gervasia, que tenía ya cerrada una de las maderas, dejó la tienda abierta, y sobre un extremo de la mesa puso vasos y lo que quedaba de una botella de coñac. Lantier permanecía de pie, evitando hablarle directamente. No obstante, cuando le servía, exclamó:

—Una gota nada más, señora; se lo suplico.

Coupeau los miró y dijo sin rodeos que no debían hacerse los bobos. ¡Lo pasado, pasado! Si al cabo de nueve años se iba a conservar el rencor, terminaría uno por no querer ver a nadie. Él hablaba con el corazón en la mano. Además, ya sabía con quién se las gastaba, con una mujer honrada y con un hombre de honor; en fin, dos amigos. Estaba completamente tranquilo, pues conocía la integridad de ambos.

—¡Claro..., claro! —repetía Gervasia con los ojos bajos, sin darse cuenta de lo que decía.

—¡Es una hermana para mí, ahora; nada más que una hermana! —dijo a su vez Lantier.

—Pues a darse la mano, ¡por vida de!... —exclamó Coupeau—, y a reírse del mundo entero. Cuando se tiene algo aquí —dijo señalando al corazón—, se vive más satisfecho que los millonarios. Yo pongo la amistad ante todo, porque la amistad es la amistad, y no hay nada por encima de ella.

Tan duros golpes se daba en el estómago, de puro conmovido, que tuvieron que calmarle. Se bebieron su copa en silencio. Entonces Gervasia pudo mirar a Lantier a su gusto; pues la noche de la fiesta lo había visto como entre sueños. Estaba más grueso y parecía que piernas y brazos le pesaran, a causa de su pequeña estatura. Pero la cara conservaba sus agradables facciones bajo la gordura de su



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